El poder de la curiosidad.

La curiosidad humana no parece no tener  límites, a veces para bien y otras con consecuencias nefastas. El caso de la tecnología no es una excepción; la curiosidad ha resultado en grandes inventos y desarrollos, pero al mismo tiempo sigue siendo un dolor de cabeza para los usuarios y un detonante de víctimas para los «spammers», «scammers»  y otros ciber-delincuentes. Basta con ver las estadísticas cada vez más alarmantes del aumento en el tráfico de correo no deseado, víctimas de fraude, «phishing»  y robo de identidad para tener una idea de cómo los humanos siguen cediendo a la curiosidad. Al parecer las promesas de grandes ganancias con poca o ninguna inversión, productos mágicos que rejuvenecen, los que adelgazan sin necesidad de dieta o premios de concursos donde nunca participamos siguen siendo un fuerte imán que nos atrae a un agujero negro del que ya hemos sido advertidos. Es como el niño cuya madre le advierte que si se sube a una cerca se puede caer y, sin pensarlo dos veces, el niño trepa para corroborar lo que su madre la he dicho. Somos seres complicados y difíciles de entender; pero esto no quita que aprendamos a obrar con precaución. Cosas simples como no abrir correos electrónicos sospechosos, no divulgar datos personales en redes sociales, evitar descargar aplicaciones o archivos de origen desconocido o dudoso son prácticas que parecen y son fáciles de seguir. Sin embargo, da la impresión de que es todo lo contrario. ¿La razón? Pudiéramos teorizar que todo apunta a que la curiosidad puede más que el sentido común y la prudencia. Hay que aprender a controlar y dominar ese impulso que, dice un refrán pueblerino, mató al gato.

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